El que acecha desde el sueño...

HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT


Howard Phillips Lovecraft (1890-1937)

EL QUE ESCRIBE DESDE EL SUEÑO
Cuando el mundo llegó a su vejez, y del espíritu de los hombres se escapó la capacidad de maravillarse; cuando ciudades grises elevaron hacia los cielos cubiertos de humo altas torres lóbregas y feas, a cuya sombra a nadie le era posible soñar con el sol ni con las praderas que la primavera cubre de flores; cuando la ciencia le arrancó a la tierra su manto de belleza, y los poetas no cantaban ya sino a distorsionados espectros, producidos de una visión introvertida y confusa; cuando estas cosas sucedían, y las esperanzas infantiles se habían desvanecido para siempre, hubo un hombre que viajó fuera de la vida en busca de los ámbitos a los que habían huido los sueños del mundo.
Howard Phillips Lovecraft: Azathoth.

Más que el producto de una época, muchas veces los artistas son la consecuencia de un entorno vital, estético y espiritual. Estos tres elementos que son los que posibilitan el renacimiento de un creador no necesariamente tienen que correr paralelos al tiempo que vive con la Humanidad.. En este sentido tal vez no estén de más aquí ciertos conceptos de Milan Kundera, cuando en El arte de la novela afirma que, llegado el momento, para avanzar es preciso apartarse de la supuesta evolución que sigue el mundo.

Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) lejos de querer avanzar o retroceder por medio de una literatura que se le despierta precoz, optó por buscar la posibilidad, en Arte, de vivir un mundo paralelo al real inmediato e incluso, para él, hasta cierto punto más real que el que vivían sus contemporáneos de Nueva Inglaterra; de esa Providence -Rhode Island- que a fines del siglo XIX albergaba en sus mansiones de tejados antiguos, en sus calles desniveladas, en los árboles de troncos nudosos echando sombras sugerentes sobre los pasos de un escritor que amó ante todo la noche, el recuerdo de un pasado británico que en Lovecraft definiría , ya en su nones, un decidido amor por todo testimonio anterior al “cisma de 1776”, como él desde su anglofilia llamaba a la Revolución americana. Por eso, cuando era un escritor en la Slater Avenue School y debía estudiar la independencia de este país –nación joven, pujante y futura primera potencia mundial- en el que había nacido: “…Una fuerza interior me impulsó inmediatamente a cantar ‘Dios salve al Rey’ y a adoptar el bando opuesto de cuanto leía en los libros infantiles pro-americanos sobre la Revolución (…). Todas mis profundas lealtades están de parte de la raza y el imperio más que de lo americano; si acaso, este viejo anglicismo mío se intensifica a medida que América se vuelve cada vez más mecanizada, esteriotipada y vulgar, alejándose de la corriente anglosajona original que yo represento”.

El origen de la mitología

Antes de crear al dios Cthulhu y la saga de monstruos y seres preterhumanos –dioses arquetípicos y primordiales que más tarde su “gran imitador”, August Derleth, se encargaría de sistematizar- Lovecraft se tuvo que crear, para su soledad, la mitología de seres y objetos que fue rescatando del pasado familiar y del histórico, muchos escritores han pasadopor períodos de hondo romanticismo, pero en Lovecraft la Grecia clásica, el Imperio Romano y el paso de los británicos por su país, son los pilares en donde se asienta su particular modo de pensar, de vivir y de escribir: “(…) empecé a escoger sólo libros que fueran muy antiguos: que tuvieran la ‘f’ larga (…) y a fechar todos mis escritos doscientos años más atrás: 1697, en vez de 1897, y así abrir (…) solía pasarme las horas en el ático hojeando los libros desterrados de la biblioteca de abajo, y asimilando inconscientemente el estilo de…”.

…El siglo XVIII. Más que ansiar un mundo perdido –el de sus antepasados y el de la hegemonía británica en los Estados Unidos de América- Lovecraft se propuso reeditarlo a partir de su soledad y de la biblioteca de su bisabuelo. Hijo de Winfield Lovecraft y de Sarah Susan Phillips –descendientes de típicos puritanos de Nueva Inglaterra, aunque no por esto con antecedentes nobiliarios ingleses, como en algún momento lo pretendió su hijo-, el pequeño Howard tuvo una infancia signada por las limitaciones que le impuso el excesivo amor materno, la sobreprotección de que fue objeto por una madre que sin embargo lo ridiculizaba, le decía que era “un niño feo” y también lo vestía de mujer y no le cortaba el pelo. Cuando su hijo, de pequeña edad aún, le dijo a su madre que por favor lo llevara a un peluquero, ella respondía que así era la moda de sus antepasados dieciochescos, para lo que entonces le mostraba grabados que en Howard fueron alimentando su gusto por su racionalismo, el ateísmo y el inglés arcaico. Esto, sin embargo, no fue obstáculo para que un buen día se rebelara y su madre, con lágrimas en los ojos, tuviera que encargarse ella misma de hacerlo parecer más a un niño de 1897. Tiempo después intentó anotarlo en una academia de ballet, pero su hijo –con apenas siete años- le contestó decidido y bastante ofendido: “Nemo fere saltart sobrius nisi forte insanit” (Casi nadie baila sobrio a menos que esté loco).

En alguna medida podría afirmarse que Lovecraft fue consciente, ya desde los primeros años, de su tragedia solitaria y de su modo de canalizarla en un futuro casi inmediato. No estuvo habituado a jugar como lo haría cualquier niño común de su edad y el novel escritor t racionalista ateo, dirá que “Entre mis pocos compañeros de juego, yo era muy impopular, ya que insistía en jugar a hechos de la historia, o a actuar con un argumento coherente”. De esta forma y como el personaje de uno de sus primeros cuentos de la juventud –“La Tumba”- Lovecraft preferirá la compañía de todo aquello que implique el saber; poder ampliar los conocimientos a partir de unas idea de sí mismo que en muchos aspectos estaba errada y en otros más que acertada, para lo que sería el clima de horror y sugerencia de sus obras más perdurables, como la novela El caso de Charles Dexter Ward o los cuentos “La casa apartada” (mal traducida por “La casa encantada”), “Los sueños de la casa de la bruja”, “El modelo de Pickman”, “El ceremonial” o nouvelles como: “El horror de Dunwich” o “La sombra sobre Innnsmouth” solo por mencionar algunos de sus títulos más conocidos y representativos de un estilo que, lógicamente, tiene sus antecedentes.

Si existieron juegos infantiles en la vida de H. P. Lovecraft, los mismos estuvieron relacionados con esos argumentos que ya ansiaba su imaginación de niño (si este término cabe a quien ya a los treinta años se hacía llamar, por sus poquísimos allegados, “el Abuelo Howard”). Entre sus amigos de los primeros años figuran: Chester Pierce Munroe (1889-1943) y Harold Baterman Munroe (1891-1966) con quienes “fundó” la Agencia de Detectives de Providence: “Nuestra agencia tenía normas muy rígidas y cada uno llevaba en los bolsillos un equipo reglamentario de investigador, consistente en un silbato de policía, una lupa, una linterna, unas esposas (a veces un simple cordel, ¡pero esposas de todos modos!), un distintivo de chapa (…) una cinta métrica (para las huellas), revólver (el mío era de verdad, pero el inspector Munroe –doce años- llevaba una pistola de agua, mientras que el inspector Upham –de diez- cargaba con una pistola de pistones), y cantidad de reseñas de todos los acontecimientos del periódico sobre criminales (…) Nuestro cuartel general estaba en una casa deshabitada más allá de la zona densamente poblada, y allí representábamos y ‘resolvíamos’ muchas tragedias horripilantes”.

La excesiva adjetivación

Pese a los sensibles cambios impuestos por el tiempo y la modernización la ciudad de Providence –como en general Nueva Inglaterra- conforma en más de un aspecto una reliquia museística de los años de la colonización. La ciudad toma su nombre del río que la divide en dos y que en la actualidad está cruzado por varios puentes. Paralelos al Providence –uqe desemboca en el río Seekonk- corre la vía férrea de Penn Central y la carretera interestatal 95. Río, ferrocarril y carretera corren por un valle que está flanqueado por dos montes: al oeste Federal Hill y al este Collage Hill, donde las casas y calles son fieles representantes del pasado colonial y federalista; aquí también se ubica la Universidad Brown…Pero Lovecraft tardaría aún algunos años para volver literatura a su ciudad –llamándola Arkham-, a su río –que será el Miskatonic- y a la Universidad –que tomará su nombre del mítico río lovecraftiano-, cuya biblioteca será de las pocas en el mundo que “guarden bajo llave” un libro de lectura prohibida para los no iniciados: el Necronomicon (Al Azif), escrito por un árabe loco que “vivió” a comienzos del 700 d. C.

Por el lado oeste de la Universidad Brown se ubica una de las calles más distinguidas de Collage Hill: la Benefit Street. En su número 88 se alza una mansión construida en 1780 y que se hizo famosa por haber vivido allí, en las décadas de 1830 y 1840, una mujer viuda de belleza de belleza fuera de comentarios negativos: Sarah Helen Whitman. Hacia 1848 Mrs. Whitman fue febrilmente cortejada por un poeta americano “oscuro y misterioso”. Ella accedió al período de casamiento si él dejaba la bebida. Pero el poeta, pese a sus promesas, reincidió en el alcohol y la hermosa mujer no demoró en despedirlo. Justamente un año después, en 1849, este poeta moría en la ciudad de Baltimore llamando a su tía y a su prima Virginia, entre el delirio de la borrachera y la fiebre tuberculosa. Su nombre era Edgar Allan Poe.

Y a pocos pasos de Benefit Street se encuentra Angell Street, donde Lovecraft vivió los primeros años de su niñez y donde además, se empapó en un principio de toda la literatura escrita por el autor de “El corazón” y del célebre poema “El cuervo”. Allí, entre jarrones de porcelana, espejos y relatos antiguos, libros heredados e incluso objetos que en sí no tenían otro valor que el afectivo que les daba Lovecraft, su onirismo se fue desarrollando rápidamente, y hasta que se vieron obligados a mudarse a unas pocas cuadras por la misma calle: “Mi casa había sido mi ideal de paraíso y mi fuente de inspiración”.

Ya antes de mudarse, y con apenas seis años de edad, H.P.L: “La pequeña botella de cristal”, completamente influenciado por el Poe de “Manuscrito hallado en una botella” y también esos dos relatos fantásticos pergeñados por el maestro del horror y de la fantasía analítica: “Un descenso al Maelström” y “Aventura de Arthur Gordon Pym”.

Luego, entre los 14 y 17 años, Lovecraft escribirá una serie de relatos donde la influencia de Poe sigue manifiesta, incluso en algunos vicios de estilo en los que solía caer el autor de “Eleonora”: por ejemplo la excesiva adjetivación; vicio de Lovecraft hará gala en la mayor pàrte de sus relatos de la madurez. La adolescencia, aparte, dará títulos como: “La bestia de la cueva”, “El cuadro” (1907) –donde por primera vez aparece lo fantástico- y “El alquimista”.

Ya por estos años Lovecraft es dueño de una bicicleta –tuvo tres-, un telescopio –tuvo tres- y una máquina de escribir Remington que le regalaron en 1906, pero a la que fue dejando para volver paulatinamente a la lapicera, utilizando el teclado para la última redacción del cuento. Aparte, este hombre singular se destacó por mantener una correspondencia muy nutrida incluso con grandes amigos a los que nunca llegó a conocer personalmente, como el poeta y escultor –de “horrores inenarrables”- Clark Ashton Smith.

Hacia el horror cósmico

En lo estético y espiritual, la tradición literaria en la que se apoyan las creaciones fantásticas de Lovecraft es el cuento de miedo anglosajón; ese “terror gótico” que comenzará una mujer y terminará otra mujer –para aquellos que dudan de la gravitación intelectual femenina-: Anne Radcliffe y Mary W. Shelley, esta última autora de Frankenstein, anticipadora de Poe, H. G. Wells, por supuesto que Lovecraft y hasta Stephen King en la actualidad.

En las primeras décadas del siglo pasado, el efecto que producía en el lector el relato sobre vampiros, muertos vivientes, ruinas medievales con la noche brumosa y los restos de un cementerio abandonado –ineludible aporte del Romanticismo anglo-germano- comenzó a perder fuerza debido a que su estructura comenzaba a hacerse invariable.

Luego, en 1809, nace Edgar Allan Poe y el relato de horror adquiere nueva fuerza, ya que Poe se nutre del Romanticismo tardío y a la exaltación del “yo narrador” –a su lirismo- le agrega el elemento analítico y el proceso introspectivo, a través del cual el personaje relata las causas ante todo internas que dan por resultado un entorno fantasmagórico, lleno de elementos que no son otra cosa que la proyección en el espacio de los terrores ocultos, esos terrores que posteriormente Freíd y el psicoanálisis pretenderán develar. En este sentido, el racionalismo de Lovecraft no hace otra cosa que obrar a la inversa de lo que fue el racionalismo del siglo XVIII, cuando este elevaba la sapiencia de los intelectuales. Con las dos revoluciones industriales, con las nuevas clases sociales que liquidan el mundo medieval, con la naciente presencia de las máquinas, el hombre racionalista descubre que más abajo del yo consciente y del yo inconsciente, existe un mundo inexplorado: el de los sueños y las pesadillas. Se intenta así la racionalización de la fantasía, con lo que entonces mueren los mitos, las creencias antiguas, la magia y la brujería en lo que tiene que ver con estos elementos como posturas de un sentir popular. Empieza el otro reto: dominar para el racionalismo lo que hasta en la Edad Media estaba considerado como el vínculo que unía a hombres y potencias sobrenaturales, a través de restos de las celebraciones eleusinas, los sacrificios druídicos y la cosmogonía céltica. Al traer a la superficie –al consciente- todo aquello que se asociaba con leyendas populares de magia y horror, el hombre racionalista intentó delimitar el origen y las proporciones de sus miedos más recónditos. Es así que en la literatura surgen las otras dos figuras de vital importancia para el Lovecraft escritor: Arthur Machen y Lord Dunsany. El primero de ellos traslada la atmósfera de los cuentos de miedo a la luz del día, las casas de su Gales natal…y sobre todo instaura la creencia en una antigua raza de dioses que vivieron en la Tierra millones de años antes que la Humanidad. Estos seres hablaban un lenguaje llamado “iklo” y si bien parecen haber desaparecido, su influencia trasciende el tiempo y el espacio. Machen, como Dunsany, conjuran los miedos objetivos: la muerte violenta, el futuro incierto debido a la segunda revolución industrial, el pasado ominoso, las revoluciones y contrarrevoluciones y la avasallante presencia del maquinismo. Frente a este panorama de fines del siglo XIX y comienzos del XX, esos escritores resuelven recrear el mundo a partir del sueño y a este lo pueblan de seres fantásticos que gravitan en la vida del soñador. Esto es lo que también Lovecraft irá desarrollando en sus cuentos si bien este mundo idílico de sus predecesores se convierte, principalmente, en una geografía de ciudades remotas habitadas por seres que resultan un horror materializado a ojos de esa irreversible que siempre resulta ser el personaje lovecraftiano. Así entonces, surgen en sus cuentos –aunque su mitología jamás fue motivo de preocupación para el creador- esa saga de monstruos gelatinosos y tentaculares que es llamada por los mortales, que se funde con ellos o los aniquila.

Surgen también los libros malditos en cuyas páginas están las fórmulas sacrílegas que llaman a “los que acechan” desde ese tiempo que en principio no es otro que el tiempo interior de los hombre, donde en alguna medida el inconsciente desarrolla una serie de mundos paralelos al nuestro, al de la “vigilia”, y que en Lovecraft revisten características de constante inquietud, que presagian un destino último de aniquilación de la raza humana por esos dioses arquetípicos que alguna vez fueron los dueños de la Tierra y del Universo. A esto por supuesto confluyen las creencias judeo-cristianas, los mitos griegos, Madame Blavatsky, la aversión que tuvo Lovecraft por aquellas razas que él –influido por Spengler- llamaba inferiores (judíos, latinos, polacos, etc.) y en general el culto reverencial del pasado, culto que sin embargo, en los últimos años de su vida, se fue desapasionando al punto de convertirse en firme admirador de Franklin D. Roosevelt, aparte de haber estado casado –apenas dos años- con una mujer de origen judío: Sonia Greene, quien contrario a lo que muchos piensan fue una mujer perfectamente equilibrada, inteligente y que amó a Lovecraft hasta las últimas consecuencias, aparte de haberlo mantenido cuando el matrimonio se trasladó a vivir a una ciudad que para el escritor no difería mucho del horror que producían sus célebres creaciones urbanísticas no-euclidianas: Nueva York.

El maestro y sus discípulos

Con Arthur Machen el cuento de miedo anglosajón comienza a abundar en la idea del terror antiguo, prehistórico y hasta prehumano, materializado en formas vagas protoplasmáticas y hasta en la arcaica capa geológica, como metáfora del preestadio de la mente.

Quienes también se embarcaron en esta nueva corriente de renovación del terror fueron el Bram Stoker tardío, que años después de Drácula escribió La alegría del gusano blanco (The lair of the white worm); M.P. Shlel, W. H. Hodgson, Algernon Blackwood y por supuesto que Lord Dunsany. Pero quien mejor redondeó la “idea arquetípica” de Machen no será otro que Howard Phillips Lovecraft.

En vida del autor de “El color que cayó del cielo”, su actividad literaria no vio salir a luz ningún libro. Su producción no alcanzó otra recepción que la de la revista Weird Tales y en varios libros dedicados a los autores ya no de Nueva Inglaterra sino sólo de Rhode Island, su nombre no apareció. Esta fue tarea póstuma de los sobrevivientes del llamado “círculo de Lovecraft”, entre los que es preciso destacar en primer término a August Derleth –como sistematizador de los mitos generalmente llamados “de Cthulhu”- y a D. Wondrel quienes fundaron la editorial Arkham, en honor al ilustre creador de la mítica ciudad o reverso de Providence.

La escuela o círculo lovecraftiano estuvo integrada, además, por August Derleth, Clark Ashton Smith, Robert E. Howard –el creador de Conan, el bárbaro-, E. Hoffmann Price, Frank Belknap Long –célebre por su cuento “Los perros de Tíndalos”-, Henry Kuttner –autor de un relato espeluznante como lo es “Las ratas del cementerio”- y el más joven de todos ellos: Robert Bloch, quien años después se haría famoso por su cuento llevado al cine por Alfred Hitchcock: Psicosis (Psycho).

Los mitos de Cthulhu

Todo mito se apoya en una vieja creencia y así las figuras de los titanes, como las de los argonautas o Aquiles y Odiseo, son el recuerdo vago que el hombre, por memoria genética o colectiva, o versos que cantaban los aedas rapsodas en la Grecia pre homérica, tiene de un pasado que se pierde en los orígenes del mundo. Así también,. una vez muerto Lovecraft, su “Gran imitador” Derleth se preocupó de seguir escribiendo relatos que giraran en torno a la influencia de monstruos ocultos en catedrales abandonadas, dormidos en el fondo del mar o viviendo en una dimensión paralela a la conocida, como así también su celo de admirador y fanático lovecraftiano lo llevó a trazar una génesis de los mitos, aunque en este sentido el aporte de Lin Carter fue fundamental.

Con el consentimiento y la ayuda de Derleth, Lin Carter se lanzó a un trabajo que en vida de Lovecraft a este no le había preocupado en absoluto…

En tiempo remotos y antes de la humanidad, la Tierra fue habitada y gobernada por dos grupos de seres colosales: los dioses diabólicos y las divinidades benévolas. A su vez, la Tierra estaba compartida por los Primigenios y la Gran Raza Yith. Estos entran en colisión y luego se rebelan contra sus creadores: los Dioses Arquetípicos, que a través de los cuentos de Lovecraft y los de su grupo, serían los primeros seres interestelares.

La Gran Raza Yith –seres espirituales e inmateriales que vivían en cuerpos ajenos- abandonan la Tierra y viajan al futuro. Por su parte, los Primigenios quedan sin rival e intentan dominar el mundo. Pero los Dioses Arquetípicos diezman la rebelión y aquellos son castigados y apresados.

Todo esto tiene mucho en común con el Panteón griego y las sucesivas luchas de Urano, Cronos y Zeus por el poder universal. En el caso de los Primigenios lovecraftianos –Azathoth, Hastur, el Gran Cthulhu o Yog-Sothoth, por mencionar algunos de los nueve más famosos-, los destinos que siguieron fueron de lo más dispares.

Los libros prohibidos

Cuando Lovecraft era niño solía disfrazarse de árabe y un tío suyo, riendo, le decía que parecía el árabe Abdul Alhazred, nombre que se le había ocurrido en estos momentos…pero que años después Lovecraft convertiría en el “demencial” autor del Necronomicón. A este libro “prohibido” sus colegas le agregarán otros que, juntos, de una forma u otra encierran las fórmulas impronunciables que pueden hacer aparecer por cualquier lado los míticos Primigenios. A estos libros se sumaron otros, reales, simplemente porque los títulos en latín resultaban misteriosos: Thesaurus Chemicus, de Bacon; la Turba philosophorum, de autor anónimo; el Libro de las estancias de Dzian, de Madame Blavatsky –en vida de la escritora esotérica se aseguraba que dicho libro le había sido dictado por un venusino-; el Zohar, uno de los libros cabalísticos más importantes de esta tradición, o la Poligrafía, del abate Trighemius.

Dentro de los libros ficticios figuran: Necronomicon, de Abdul Alhazred; el Libro de Eibon; Texto de R’lyeh; Fragmentos de Celaeno; Cultes des Goules, del conde d’Er’ette (August Derleth); De Vermis Mysteriis, de Ludwig Prinn (Robert Bloch); Arcillas de Eltdown; People of the Monolith, de Justin Geoffrey; Los Manuscritos Pnakóticos; los Siete libros crípticos de Hsan y el “terrible” Unaussprechlichen Multen, de Von Junzt.

…Y sería preciso agregar otro libro para finalizar esta especie de homenaje a un escritor que en sus relatos unió la tradición literaria del norte de Europa, con la literatura onírica y la pura fantasía, propia de un ser solitario que a lo largo de su vida siguió una conducta casi ascética. El libro al que hacemos referencia merece integra la lista de los reales y los ficticios, porque para quien dice estas palabras supuso casi una odisea el encontrarlo; libro que, además, muy pocos conocen en su traducción al español por Francisco Torres Oliver; libro publicado hace 32 años pero que sigue siendo un volumen fundamental a ser integrado a la biblioteca de todos los lovecraftianos de habla hispana: Lovecraft, de L. Sprague de Camp. (Alfaguara, colección Nostromo.)

En 2007 se cumplieron 70 años de la desaparición física de un escritor que compuso su mundo literario a través de una reformulación de lo fantástico. Decíamos que esta charla vino a ser una especie de homenaje, aunque no tardío: el tiempo es relativo cuando se trata de poner de manifiesto, una vez más, la vida y la obra de un creador; de un hombre para quien su propio tiempo fue absolutamente relativo frente a lo concreto del mundo de sus fantasías, sus convicciones, sus lecturas, sus nostalgias y sus sueños.

Muchas gracias.
Guillermo Lopetegui

Charla ofrecida en AGADU, Sala “Mario Benedetti”,
el martes 30 de noviembre de 2010.

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