Viaje de un Espíritu Místico y Musical.

El escritor Guillermo Lopetegui emprende un largo viaje, aunque esta visión se desprende, deduce e infiere a través de casi toda su Obra.

Se trata de un viaje en la dimensión de los Espíritus Artísticos, aunque quizá también implica un viaje en la dimensión de los Hombres Comunes, para arribar mediante ellos a los Puntos Espirituales.

Un destino implícito es la Edad Media, concretamente los cantos litúrgicos.
Está música llevó al autor en cierta etapa de su vida a abocarse al recogimiento en un monasterio benedictino, e indudablemente ese acontecimiento trascendental ha influido en la presencia permanente de la música en su obra.

Es que, la música medieval era pasión. Su forma; un Misterio. A diferencia de otras manifestaciones artísticas que perduraron en el tiempo, la música medieval desapareció en el momento de desarrollarse y la única forma de hacerla pervivir fue mediante una notación musical que en la Edad Media o no se empleaba o se hacía de manera muy pobre en información, insuficiente en la mayoría de los casos para una reproducción fiel.

Así, la música de los cristianos del Imperio Romano, de la que fue heredera la música medieval, se basó en repertorios ya existentes. Por un lado, se recogió el modo hebreo de canto a base de largos melismas y por otro, la importancia del canto en el culto; del mundo clásico se heredó la teoría musical con su sistema modal y la valoración ética y educativa expresada por Platón.

El Canto Gregoriano, fue la música eclesiástica de los primeros siglos medievales, que estuvo al servicio del texto litúrgico de los oficios religiosos. Como no existíó una sola liturgia unificada, ante tal diversidad la Iglesia se vio en la necesidad de unificar la liturgia; y estableció un conjunto de signos y palabras que formaron parte de sus celebraciones, especialmente en la Misa y que eran comunes para todos los fieles.

El Canto Gregoriano usaba ocho escalas especiales heredadas de los griegos: los modos. El ritmo era libre, reducido a una especie de línea ondulante, libera, muy flexible y que huía de cuanto podía ser excitante. Prevaleció una exaltación estético espiritual de acercamiento a Dios gracias a su concentración, solemnidad, sobriedad y sencillez. Empleaba melodías al unísono y se cantaba a “Capella”, sin instrumentos musicales, y en latín. La música estaba ligada a un texto religioso y no tenía sentido sin él. Así, la música culta litúrgica fue la única que quedó plasmada.

La música profana y popular, la que divertía y disfrutaba el pueblo se perdió porque nunca se perpetuó por escrito. Eran habituales el canto y el baile, como herencia del mundo pagano. Numerosas fuentes eclesiásticas lo condenaban. Pero tanta insistencia en el ataque a estas prácticas puso de manifiesto la habitualidad con la que se producían. Trovadores, juglares.

Fue precisamente en la Edad Media que nació la Polifonía; un conjunto de sonidos simultáneos en que cada uno expresaba su idea musical, pero formando con los demás un todo armónico. No era una música lineal, sino que varias voces sonaban simultáneamente.

Este viaje de Guillermo Lopetegui comprende las casas de Dios, de un estilo románico muy bajas, con ventanucos quizá sin cristal, podría decirse que son austeras, como todo el mobiliario de ese período muy largo llamado Edad Media, desde donde Brueguel muestra a través de pinceladas las escenas la vida cotidiana.

Es así, que el Espíritu Musical, se ve reflejado en toda la obra de Guillermo Lopetegui, y su premisa básica es una prosa que revela la comunión perenne entre el Arte y El Amor.

A/P Anna Donner Rybak
9/IX/2010
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