
"El pie de la mujer-apenas entrevisto bajo el ruedo del vestido blanco - bajaba con lentitud el siguiente escalón modelado anónimamente en la tierra; el torso se ladeaba con la misma delicadeza de sus manos apoyándose en el resto de baranda construída alguna vez con troncos de eucaliptus; su perfil miraba hacia el Oeste- punto adonde yo también dirigí mis ojos por un momento, para inmediatamente después tomar la visión de aquel lento descenso-y el cabello largo, espeso y rojizo le ondulaba por encima del mantón a cuadros que le envolvía la delgadez.
Cuando me vio meneó la cabeza y procuró descender más rápido..."
Fragmento de "BRANWEN DE REGRESO" del libro CREPUSCULO DE LOS CAUTIVOS.
...
Está incrédula, claro, no le avisé que estaba vivo; desde aquella tarde cuando desaparecí para siempre, sin avisarle y nunca más supo de mí. Celebro su transtorno, mujer que es tan sólo ahora un contorno dibujado, escultura en papel maché rellena de espuma plast, espuma plast que yo creí corazón, ¿cómo pudo hacerlo?
¡Que me vea, que entienda de una buena vez que ya fue, que por más que la pinte un artista de renombre, yo sabré que sólo está pintada, no me volverá a engañar! ¿Qué se ha creído, vendedora de quimeras? Es cáncer, es maligna. Y siempre será eso que...
-Hola.- Me sacó ella de mis elucubraciones.
¿Esta mujer no entiende que siempre será una estatua, un contorno? ¿Por qué se empeña en embaucarme, una vez más?
Sigo leyendo el libro. Permanezco indiferente.
¿Es tan soberbia de creer que yo la recuerdo? ¿No entiende que no existe?
Bueno, ya se cansará y se irá.
Sigo leyendo mi libro.
Espero, lógicamente, un siguiente "Hola". Pero ella no me dice más nada. Espero, tengo toda la tarde, y cuando hable nuevamente, yo permaneceré indiferente.
Pero, contrariamente a todo lo esperable, intempestiva, sorprendente, ella, no dijo más nada.
Fue entonces que comencé a alterarme.
¡Cómo no me pregunta porqué no le digo nada! ¡Es inadmisible!
Una ansiedad dura comienza a poseerme, ¿qué ha creído, que puede invadir mis espacios, aparecer, y todavía no decir nada? ¿Qué pretende? ¡Qué molestia!
Fue entonces que sucedió.
El pie de la mujer-apenas entrevisto bajo el ruedo del vestido blanco - que había bajado con lentitud el siguiente escalón modelado anónimamente en la tierra; se iba borrando, achicando, mientras el ruedo del vestido blanco permanecía inmutable, el torso que otrora se ladeara con la misma delicadeza de sus manos apoyándose en el resto de baranda construída alguna vez con troncos de eucaliptus; se le iba fracturando, eran pequeñas explosiones en sus huesos, ella antes erguida, ahora casi sin poder mantenerse en pie, más a pesar del dolor de las infinitas fracturas en su columna, ella permanecía mirando hacia el Oeste-hasta quedar totalmente quebrada, rota.
Rota.
Aún quebrada inició ahora un lento ascenso de lo descendido, apoyándose para nunca más soltarse, de la baranda de eucaliptus, ahora su eterna compañera, bastón, sin el cual ya no caminaría-y el cabello largo, espeso y rojizo ahora estaba lacio, triste y negro; no le ondulaba por encima de ningún mantón a cuadros que le envolviera la delgadez, es que sin darme cuenta cuando intenté verla, ya no quedaba nada, solo una bruma, una bruma difusa de lo que algún día había ella sido, un holograma llenaba ahora el vestido blanco y el mantón a cuadros.
¡Estaba rota, y sin yo darme cuenta, esas explosiones en sus huesos, hacían que ella se fuera desintegrando, para finalmente no quedar de ella nada!
Fue entonces que reaccioné. Pronuncié su nombre. Nada. Grité su nombre. ¡Nada!
Desesperadamente me acerqué a lo que quedaba, y abracé a un vestido blanco, un vestido vacío, faltaba un cuerpo que lo ocupase, ¿cómo podría haber tal fenómeno sucedido?
Entonces me concentré en el lacio, triste y negro cabello, con la secreta esperanza de que ella se dibujase así como se había desdibujado, pero yo abrazaba a un cabello negro, lacio, muy largo.
Del sol ya nada casi quedaba, sólo un halo en el horizonte, que increíblemente reflejaba azul en ese negro.
Fue entonces, que lloré. Lloré como un niño, pero ni siquiera mis lágrimas podían dibujarla, lloré por espacio de tres horas, hasta quedar exhausto, entonces de repente, un hombre que bajaba por la misma escalera de madera, a pescar a la encandilada, divisó mi presencia.
El hombre se acercó. Yo tenía las pulsaciones muy intensas. Él dijo:- Te llevo a un doctor- ¡No!- dije. ¿Acaso no entiendes? ¿Estás agonizando? ¡Quieres morir tu también! ¡Quieres que tu corazón entre en combustión, al igual que sus huesos!- ¿Cómo no hice nada mientras ella se quebraba ante mi? - Hombre, ya no vale llorar sobre la leche derramada. Venga, tío, que lo llevo al doctor.- ¡No quiero! ¡No ve que también yo estoy roto! ¡No vé que mi vida será un calvario porque pude haberla salvado pero mi soberbia y necedad me lo impidió?- No se atormente, todos nos equivocamos, sino no seríamos humanos, sino extraterrestres. -¡No puedo! - Preste atención. Quédese con el recuerdo de la tersura de su piel, de sus ojos aguamarina, conserve esta imagen, no la pase por encima con esta bruma, si la quiso al menos haga eso por ella.
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