SINFONIETTA PARA PROFESOR Y FUNCIONARIO NO DOCENTE



Segunda Entrega

La escalera tenía sus sinousidades, algo de musgo, tierra y papeles en los descansos. Weiss decía que referencias a viejos sueños. Para el administrativo, en cambio, era una escalera que no tenía nada en particular; le llamaba la atención por el simple hecho de que se trataba de la primera vez que la subía, y esto podía impresionarle por lo desconocido, pero no por algunos sueños. Generalmente no se acordaba de lo que había soñado y dudaba mucho de que en sus posibles sueños se hubiera visto ascendiendo escaleras que no se sabía exactamente adónde podían conducir.

Weiss le seguía hablando de reminiscencias de lo raro. Pero el administrativo no le decía nada; no tenía porqué decírselo cuando ese lugar se le antojaba como apenas otro rincón de la facultad, si bien imposible de visitar... hasta el profesor Weiss. Llamaban la atención, sí, las ventanas - todas con las celosías bajas- y los veintiocho o treinta metros de largo, lo que quería decir que allí se encerraba mucha cosa. El profesor Weiss emitía sus opiniones con tranquilidad y habiendo recuperado la ironía en el hablar, lo que llevó al funcionario no docente a pensar que lo estarían utilizando, si bine fue una duda momentánea.

Cruzar el jardín, reconocer lo vivido en otra existencia,¿lejana?¿cercana?, al encontrar las sinuosidades de la escalera, rozar el musgo y repisar los papeles estrujados sobre los descansos: así continuaba hablando el profesor.

La entrada estaba efectivamente clausurada. Para descubrir el picaporte fue necesario agacharse y mirar al costado porque, a su vez, contra la puerta se apoyaban listones de una madera que parecía estar estacionada hacía siglos, dos puertas -que seguramente habrían cerrado o abierto otros recintos imposibles de ubicar o que ya no existirían- y una plancha de acero. Todo esto no estaba previsto: la perspectiva desde el otro edificio- que el profesor y el no docente habían dejado atrás-hacía imposible el que pudiera saberse qué características tenía la clausura de la entrada a eso que ahora tenían a escasos centímetros.

Weiss dejó escapar un poco de aire sonoro entre los dientes; sus ojos iban de un lado al otro de las órbitas analizando los listones, las dos puertas reclinadas una sobre la otra, la plancha de acero caída pesadamente sobre los demás obstáculos. Existían dos posibilidades y aventuró una, tal vez con el secreto deseo de poner a prueba al administrativo.

-Nos vamos Nos tendríamos que ir,¿no?Dejaríamos todo y...
-Pero ya que estamos...

La plancha de acero cedió su pesadez y la apoyaron contra una de las paredes laterales, tapándola luego con las dos puertas y dejando por último los listones en el piso, tarea en la que procuraron no hacer ruido.

El profesor se palpó los bolsillos de su túnica celeste, los de su pantalón gris y sonrió ante el tintineo de las dos llaves que abrían, una el candado y la otra la puerta de madera gruesa trabajada con rostros de fábula enmarcados por guirnaldas entrelazadas. Colocó una de las Star dentro de la cerradura del candado y giró una vez el puño hacia la derecha, presionando con más fuerza hasta que sintió en la palma de su mano el golpe seco de que algo se destrababa. Se guardó el candado en uno de los bolsillos de su túnica, inmediatamente después introdujo la llave en la cerradura de la puerta, la giró dos veces y con suma tranquilidad empujó hacia abajo el bronce del picaporte con cabeza de grifo cubierta de polvo.

Teóricamente la puerta ya estaba abierta. Weiss le dio un empujón brusco y tosió por las partículas de polvo - y hasta de secretos, fue la súbita suposición que le invadió al administrativo - que con cierta lentitud comenzaban a girar cerca de la salida del recinto.

El profesor no abrió del todo. Le sugirió al no docente que entrara primero porque él se íría hasta la escalera para asegurarse de que allá abajo no estuviera merodeando nadie.

Y lo que había calculado Weiss podría ser cierto: casi treinta metros de largo.

-Diez de ancho más o menos, ¿no?-opinó el administrativo.
-Diríamos que sí; no puede tener menos.-Weiss se sacudió las manos y las pasó por su túnica en procura de que no le quedaran restos de polvo.

La puerta permaneció entornada: intermediaro forzoso entre la luminosidad que apenas llegaba del exterior - de listones, puertas, plancha y proximidad de una escalera oníricamente subida minutos antes- y los resplandores ocres que desde algún lugar iban a depositarse en lso libros colocados en bibliotecas de madera termciada y anaqueles que se adosaban a los fustes de columnas a veces dóricas, otras jónicas o corintias y hasta salomónicas que, enfrentadas, comenzaban por formar un largo y amplio pasaje en elque flotaba la humedad mezclada con el olor a impresos antiguos. Más adelante, a diferentes alturas de los estantes suavemente curvados, los volúmenes se espaciaban dejando lugar a varios frascos de diverso tamaño conteniendo partes que habían pertenecido a un todo y a las que al funcionario no docente no se le podía ocurrir otorgarles ningún nombre más allá de que el profesor Weiss los supiera o no. Uno de aquellos frascos retornaba a su sitio, flanqueado por dos tomos pertenecientes a una enciclopedia que nada más había vuelto a consultar y de la que el docente negaba haber tenido noticias hasta ese momento; tampoco suponía la existencia de frascos, si bien manifestaba que "intuía" todo aquello cuando el salón de clases quedaba desierto de alumnos y él se inquietaba ante la certeza de que había un sector de la facultad cuyo acceso había sido vedado a partir de determinada época difícil de establecer. Entonces, tratando de disipar la inquietud, el rpofesor inventaba pasatiempos: comenzaba por dar vueltas en círculo entre el pupitre y los primeros bancos; después iba saltando en un pie a lo largo de uno de los pasillos formado por las filas de asientos rayados de birome y al llegar a la otra punta giraba y regresaba por un pasillo diferente hasta que bordeando el pupitre se iba a detener en el pizarrón, donde gastaba varias tizas trazando tatetís. Eran épocas en las que el no docente apenas reparaba enla certeza de que después del jardín estaba lo que finalmente los había convocado; lo que hace tiempo dejó de ser una preocupación para el decanato y el cuerpo docente en general, y que posteriormente olvidaron y luego ignoraron las últimas generaciones de estudiantes, encargados de Bedelía, compañeras de la oficina de Personal y cuidadores de los diferentes turnos. Claro que tampoco Weiss - pese a esa inquietud sólo atenuada por pasatiempos secretos-había podido especular extensamente en torno a la porción clausurada de la casa de estudios. "¿Qué tiempo puede quedar para lo realmente importante, cuando uno tiene que cumplir con las malditas clases en donde se supone que porque se es el grado máximo y se tiene el tope de horas semanales los conocimientos que uno trasmita srán bien recibidos?... En cambio, lo único que se recibe es un catálogo despiadado de objeciones respecto a tal o cuál autor, tal u cuál teoría, ¡cuando no respecto a nuestro métido de trabajo o incluso a nuestra persona! ¡Inaudito!¡ Y uno que tenía que seguir ahí! ¡asistiendo religiosamente cuando por el otro lado estaba esto!...¡Claro que no había tiempo!" Y a medida que se alejaban de la puerta entornada; a medida que avanzaban por entre los nuevos libros que a veces servían de marco a la presencia de otros frascos cada vez más grandes y contenedores de líquidos policromos en los que flotaban partes que quizás hubieran pertenecido a un todo, Weiss creía conveniente agregar: "Puedo asegurarle que jamás había estado en este sector de la facultad, si bien la tentación apareció y se estableció en mí a partir de una vez en la que regresaba de la biblioteca y cruzando el jardín fui enlenteciendo los pasos para observar más detenidamente qué era lo que se alzaba por detrás de los árboles. A partir de ese momento empecé a comprender que reingrear al aula, desde la calle pero más aún desde la biblioteca , era la forma inesperada que la agonía adoptaba para mí. Finalmente había tomado concienciade que existía esto, inserto de manera misteriosa en todo aquello que se supone que es su lugara de trabajo y el mío. Muy bien" continuabla , mirando brevemente a su alrededor,"es cierto que si abriéramos todas las ventanas desde aquí podríamos ver el jardín, el muy original edificio destinado a la biblioteca y, en fin, el resto de la facultad... Pero son lugares que ya no pertenecen a esto que transitamos y en donde vamos siguiendo o deteniéndonos, percibiendo u observando, tocando o tomando, hojeando o leyendo, descubriendo o reencontrando. Aquello es el viernes; con el sol de tal vez las cuatro de la tarde y algún estudiante que todavía se encuentre bajo la sombra de un pino o jacarandá durmiéndose sobre cualquiera de las Sitiations sartreanas o profundamente abstraído en las Aventuras de Isidoro, a la espera del timbre de entrada a la única materia porque seguramente no se encontró nada mejor para hacer". Después de una pausa el profesor extendía los brazos uno en dirección a la puerta lejana y otro a los confines de aquel pasaje que corría entre bibliotecas: "Aparentemente todo parece pertenecer a lo mismo. Aparentemente".

¿Por qué no, realmente?- comenzó a impacientarse el no docente.

Weiss devolvía a su lugar un diccionario de latín-francés y boscaba otros lomos, leía otros títulos a través de sus lentes diminutos. Sonreía mientras acercaba su interés a un volumen sobre la música en el siglo veinte y dejando correr sus páginas, deteniéndose en alguna de ellas, exclamaba junto al administrativo: "¡Ah! ¡la segunda escuela vienesa! ¡la antesala de la desintegración tonal!... ¡ Schönberg, Berg y Von Webern! ¡La Harmonialhere y el sistema dodecafónico!... Pero", se volvía brevemente al administrativo, "prefiero al primer Schönberg: la Sinfonía de cámara, o Noche transfigurada en su versión original para cuarteto de cuerdas, sin dejar de reconocer, claro", se erguía y alzaba la mirada a las proyecciones externas de una consideración muy particular, "que los Contactos de Stockhausen para sonidos electrónicos sigue siendo una revelación y las Voci, de Berio ¡toda una celebración de las cuerdas!".

-Cierto. Podría ser "realmente" y su aporte igual vale - retomó el profesor Weiss levantando los ojos por encima de los cristales de aumento. Metió el libro en otro estante y siguió caminando seguido más atrás por el funcionario no docente a quien apenas le enseñó su perfil, entredeteniéndose y reflexionando en voz alta-Aunque también aceptando el "realmente" estaríamos relativizando el hecho trascendente de encontrarnos por fin aquí: tragando polvo, hojeando volúmenes de tapas desgastadas, y extasiándonos frente a los diversos contenidos de todos esos frascos.

El profesor consultaba rápidamente su reloj.

-¿Qué hora es?- balbuceó por reflejo el no docente.
-La hora no importa-contestó casi despectivamente Weiss. Luego meneó la cabeza- Pero para su tranquilidad le informo que recién pasaron tres cuartos de hora.

Acto seguido, y ante el asombro del no docente, el profesor se quitaba el reloj y lo echaba sobre uno de los anaqueles. Sin embargo, el administrativo creía conveniente no hacer ningún tipo de comentarios y Weiss tampoco los esperaba. Así proseguían, avanzando hacia la búsqueda y el encuentro y de nuevo la búsqueda, obedeciendo al llamado que el profesor decía ahber tenido y que por extensión también le competía al no docente, quien por los momentos detenía su atención y sus pasos ante una montaña de revistas científicas de fines del siglo pasado. Luego adelantaba los pasos y dejaba que el profesor continuara intensificando su éxtasis frente a los títulos que seguía encontrando-impresos o labrados en tomos gruesos y resquebrajados- correspondientes al sector de tratados que hablaban de plasmas trasudados y telarañas de nervioso que crispaban las manos de dibujos viejísimos en anatomías fantasmagóricas.

Allí comenzaron los ruidos: en el inicio de la internación por un sector a cuyos lados casi exclusivamente se ubicaban frascos de tamapo mucho mayor que los que lentamente iban quedando atrás, si bien conteniendo siempre aquellos líquidos en los que flotaban restos de diferentes proyectos: de lo que había podido encontrar de forma indefinida, una existencia independiente de aquel recipiente quelo apartaba para siempre de la dinámica vital, contidiana; fragmentos de estudios interrumpidos; tratados ocultos; quizá el producto de muchas horas dedicadas al interés por las auscultaciones secretas, según Weiss.

-¡Allí!- señaló, abandonando por un momento las especulaciones-. ¡Allí mismo!... ¡Analizando el contenido de ese frasco estoy seguro de que vamos a encontrar explicaciones a enigmas que era preciso que nos plantáramos tarde o temprano!

- Se supone que es, bieno, un o de los tantos frascos de los que usarían los otros profesores y los estudiantes en la cátedra- opinó el administrativo, volviéndose a aquel recipiente que sobresalía de los demás y que el profesor no dejaba de señalar. Después se aproximó al frasco y se agachó, interesándose por aquel "antiguo caso de teratología", como se lo aclaró al no docente casi en un susurro mezclado de admiración ante eso que giraba impresionable en la densidad del compuesto.

Weiss apoyó el índice de uña amarillenta en el vidrio opaco. Aguardó a que aquella inexpresividad flotante se enfrentara a él.

-¡Venga y observe!- tiró de una manga de la camisa del administrativo obligándolo a que también se agachara-.¡Observe bien!... Pudieron ser las orejas, la nariz, el mentón, la frente, como somos -enfatizó - Ud. y yo. Pero no. Esas traiciones de la creación convirtieron una futura historia personal, con sus alegrías y desdichas, plenitudes y angustias, encuentros y desencuentros en ese lamentable cúmulo de protuberancias que ahora los dos estamos observando. Sin embargo-cambió de posición, se arrodilló, redobló su atención y meneó la cabeza consoladoramente- Fíjese en las cuencas de contornos desiguales, en esas dos bolas amarillentas con un leve iris oscuro en el centro, en esas membranas parecidas a párpados entrecerrados...- Respiró hondo y frunció el ceño-: En esa posible referencia a una mirada está el nacimiento y el deceso de lo que no pudo llegar a ser, a pensar, a observar, a interesarse, y que unido a un cuerpo inexistente podría haberse desplazado , buscado, encontrando, palpando un frasco en donde por suerte no están flotando proyectos truncos de usted o de mí o de los dos, sino que por esa gracia del Destino somos nosotros los observadorse e incluso los que nos podemos llegar a inquietar ante el descubrimiento de un caso que no es el nuestro. - El profesor Weiss se puso de pie seguido por el funcionario no docente-. Tenemos la suerte de dejarlo ahí. que siga flotando indefinidamente;la suerte de que esté en nosotros la posibilidad de tomar o desechar uan dirección a nuestro antojo; la posibilidad para nada remota de que sigamos internándonos hasta los confines mismos de esto que del otro lado de esas ventanas cerradas llaman "el ex Salón de Actos"... En definitiva nos tocó el hecho innegable de estar de este lado- volvió a enfatizar - del vidrio opaco de ese frasco de contenidos teratológicos. Y me parece-finalizó, echando una mirada general al entorno- que es una oportunidad que no debemos desaprovechar.

Continuará...

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