Cintio Vitier desde Los papeles de Jacinto Finalé: La transición intelectual

In memoriam Jorge Freccero.

Cintio Vitier nació en Cayo Hueso en 1921 y murió en La Habana en 2009. Entre medio de estas dos fechas transcurrirá una vida dedicada a la creación literaria y la búsqueda espiritual. Conocido fundamentalmente por su labor como poeta –Vísperas y Testimonios  son sus libros más divulgados- como escritor es integrante de la generación de José Lezama Lima –a quien Vitier llamó: “el maestro”- y con este fundó el Grupo Orígenes. Asimismo, Vitier trabajó en el Centro de Estudios Martianos. Con Rajando la leña está completa su trilogía, integrada además por De peña pobre y Los papeles de Jacinto Finalé.

Estos “papeles” apuntan a la transición que se opera a partir de la herencia intelectual de un hombre: Rodrigo Finalé, hasta llegar a su hijo Jacinto. El texto se nutre de “Cuadernos”, “Notas”, “Apuntes”, “Cartas” y alguna “Teoría”, y en el trasfondo de todas estas variaciones del pensamiento está otro hombre, poeta y estudioso –además de activo participante- de su tiempo: Cintio Vitier; está una vuelta a la escritura que no por directa y sencilla, deja de tener riqueza. Y si bien Los papeles de Jacinto Finalé, De peña pobre y Rajando la leña está poseen relativa “autonomía”, no dejan de representar una unidad ulterior con la que se desea reordenar lo que acontece en la continua relación espacio-tiempo. Por otro lado, este reordenamiento y esta relación llevan al autor no a convertirse en un personaje más de su ficción, sino a través de esta a que aquel indague la psiquis de seres reales, que él a conocido, para ver hasta qué punto el material “vital” puede convertirse en material “intelectual”: “Desde que te vi por primera vez –le dije de pronto, en voz baja, mirando el rostro de Luz dormida en su sillón junto nosotros- me pareciste un personaje de novela. Indagando por varias vías, en mi propia familia, con Normita, con Santurce y otras personas que conocieron a tus padres en otros tiempos, se me arraigó la idea de que eras, de hecho, la protagonista de una novela que yo no podría escribir nunca”; “Animado a medias por su irónica benevolencia, me atreví a decirle que sólo conservaba, después de haber roto muchos papeles, algo como el boceto de una semblanza que podía ser el inicio del relato, o tal vez su final”.

El primer cuaderno –llamado: “Libro de otoño (apuntes)”- se abre con las vísperas de la Navidad de 1943 y es un cúmulo de pensamientos en donde además de la positiva influencia de Pascal, se siente –y el autor o “Rodrigo Finalé” lo expresa- que la creación quisiera reencontrar cierta postura perdida u olvidada. El hombre se presenta tal cual es frente a la Creación –de la que él forma parte- expresando su sentimiento a la manera de los “iluminados” de los siglos XVII y XVIII. Pero esa postura de modo alguno está suponiendo un afán de superioridad, al contrario: a la antigua relación fenómeno-percepción, le sucede la del fenómeno-reflexión que a través del lenguaje traduce ese proceso interno, incesante, por el que el hombre –siendo el mismo en su exterioridad- está cambiando siempre, lo que ayuda a  que este haga surgir nuevas variaciones de la idea que tiene de sí mismo. “La zona del ser, de la creación, que se llama ‘hombre’ a la que pertenezco infinitamente: nada me conmueve más. En rigor, ¿qué puede existir fuera de esta música de mi raza para mí? A la vez pienso que algún sentido extra humano debo poseer o debe poseerme en confusas relaciones de indudable jerarquía. De no ser así, ¿cómo ‘sentirme’ hombre? Ni el odio ni la música se oyen, es decir, ni el odio sin la música ni la música sin el odio existen.”

A las reflexiones en torno a la vida y el Arte, siguen los aforismos que tratan de establecer un orden del pensamiento: “La mujer es la encarnación de la soledad del hombre”; “El espejo es la gran invención del demonio”. Y en la “Carta del compilador a Jacinto Finalé”, surge claramente una identificación de Cintio Vitier con Rodrigo Finalé ya que este, a través de los papeles que luego heredará el hijo, se muestra como un escritor en ciernes; en perpetuo estado de gestación. Rodrigo Finalé no pretende “La obra publicada” sino desde su eterna posición de inédito, llegar a las raíces mismas del acto creador: acción que siempre entraña la soledad.

Vitier –al igual que Proust (que él cita), Durrell, Onetti y algunos otros- busca una “unidad temática” que se corresponda con la función intelectual y con la simbología que encierran sociedad y naturaleza, para algunos, por encima incluso del escritor como tal. Esta idea influye, por ejemplo, en toda la obra de Mario Vargas Llosa aunque este autor condiciona la unidad aisladamente en los universos autónomos de cada una de sus novelas las que ya de por sí –lo explica en La orgía perpetua- identifican un mundo cerrado, un cosmos en sí mismo, donde la ficción va trazando las reglas de unas nueva realidad. Cada hombre es una individualidad, una vida única, allegándose a sus pares, no para crear diversidades, sino para en el acto vital otorgarle un significado compacto a la existencia, aun aceptándose que este implique un buceo incesante en la caleidoscópica realidad-ilusión de querer buscarse o encontrarse continuamente consigo mismo. Aquí los medios son infinitos, aunque todos tienden a lo que puede llegar a ser abstracción del ser, conciencia esencial que se despoje de lo asimilado desde el exterior. En el fondo cada hombre busca lo mismo; cada especie encierra un destino común y absoluto. En el fondo el Arte lleva al artista a un único sendero por el que transitan todos aquellos que pretenden la aventura interior. La constante mención de determinadas obras y determinados autores corrobora esto; lo explicita cuando Rodrigo Finalé anota: “… y quizás sea cierto, como algunos suponen, que entre todos escribamos un solo texto”.

Se podría afirmar que el Universo, como manifestación anterior al hombre, ya posee una unidad en la que luego el pensamiento entrará como gota en el océano; pero como gota que desborda sus propios límites, adquiriendo las proporciones de este océano o ese universo.

A través de dos personajes –Rodrigo y Jacinto Finalé- Cintio Vitier deja fluir su pensamiento como intelectual –que finalmente no encierra otra cosa que su postura vital- otorgándole a la novela que nos ocupa características de verdadero ideario. No es menos cierto que a través de estos “papeles” el autor nos muestra esa evolución rápida producto del choque que significó en Cuba provenir de una familia profundamente religiosa –Vitier, Lezama Lima y el mismo Fidel Castro, entre otras figuras de destaque de la isla, fueron educados en colegios jesuitas- y encontrarse con el fenómeno de “aquel año 59” –del que tan brillantemente escribirá Alejo Carpentier-: la Revolución que no existe para el joven Rodrigo Finalé; la Revolución que más que existir se hace carne en su hijo Jacinto.

Cierta “revolución” sin nombre todavía no está clara en la mente de Rodrigo Finalé, lo que hace que este profundice más en su avatar interior, en su propia soledad que ya no admite otro renacimiento sino por la literatura. En cambio, para su hijo la Revolución Cubana es una verdadera transformación, haciendo de Jacinto “un temperamento complejo, más tímido y a la vez más seguro, capaz de abrirse intelectual y cordialmente a la conversación religiosa y después a la conversión revolucionaria”. De alguna forma el sentimiento es el mismo, aunque cambia el destinatario: el respeto, la necesidad de creer en una manifestación superior, deífica –en donde el hombre sólo puede encontrar cierta praxis a través de una atmósfera interior, mística- cede paso a la imagen –para algunos, también deífica- del proceso revolucionario. En cierta medida la pasada formación religiosa es una ayuda ante esta nueva canalización de la fe. Por lo tanto, existe el compromiso que va de la postura intimista, transitando la metamorfosis ocasionada por dos acontecimientos decisivos: la muerte de Rodrigo Finalé y el triunfo de la Revolución Cubana, hasta llegar a una realidad colectiva-práctica en la que Jacinto –o cualquiera de su generación- ve un nuevo terreno que se abre a sus acciones futuras.

Los papeles de Jacinto Finalé, en resumen, es una muestra de cómo algunos escritores han cumplido un sensible y auspicioso retorno a ciertas formas de encauzar el pensamiento y que, más que acercarlos a figuras como Pascal –en el caso de Vitier-; más que hacer de la literatura un juego redundante, les están dando a las diferentes épocas de la cultura una nueva suerte de interrelación: “porque lo que en verdad importa es la carga cualitativa que, esa sí, es irrepetible”.

Guillermo Lopetegui
Charla dictada el 25 de mayo de 2012
V Congreso del Proyecto Cultural Sur
16º Festival Internacional de Poesía de La Habana
y el Festival de Poesía Palabra en el Mundo.

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