La vida sublimada en palabras

Susana Boechat y Guillermo Lopetegui
La expresión realismo mágico inmediatamente se asocia con Hispanoamérica en tanto expresión que emana de su literatura, escrita “en esa lengua parecida a la de Cervantes”, como expresa, entre la ironía y la precisión, Guillermo Cabrera Infante en un reportaje. Por otra parte, en Los Nuestros, de Luis Harss, Julio Cortázar asegura que morirá con la esperanza de ver aparecer el sol por Occidente y ocultarse por Oriente. Y el deseo del autor de Rayuela es el testimonio de aquellos creadores –no importa desde qué latitudes- que claman por ver alterarse la cotidianidad, sin que por eso desaparezcan los elementos que la componen sino, antes bien, que los mismos en todo caso alteren su normal funcionamiento en procura de trascender lo rutinario. Es la creencia, también sostenida por el escritor argentino, de que en algún lugar de esta realidad se encuentran, a la espera de ser finalmente abiertas, aquellas puertas que conducen a una dimensión mayor de dicha realidad; la que entonces posibilita manifestaciones de lo fantástico, lo maravilloso, lo mágico.
 
Así entonces la vida es real y mágica a ojos de algunos creadores. Por ejemplo los personajes de Rulfo, de García Márquez y mucho antes que ellos los personajes del Quiroga fantástico que precisamente en esta veta muestra o acaba mostrando detalles de una urbanización delirante, como la que le inspirara Buenos Aires para gran parte de esos cuentos que se anteponen al “realismo” de los cuentos “de monte”, como él llamaba a los ambientados mayoritariamente en la provincia de Misiones, donde residió en dos largas temporadas que, juntas, conforman más o menos veinte de los treinta años que vivió y murió en la Argentina.
 
 El realismo mágico, por lo tanto, es literatura, es arte, pero necesariamente obedece a esa interpretación que el artista le da a su entorno, con lo que en la expresión escrita acaba entendiéndolo más e incluso acaba otorgándole al lector –y a sí mismo- la posibilidad de entenderlo, aprehenderlo en su real y mágica dimensión.
 
Esto es lo que logra María Granata en sus novelas; esto es lo que se propone confirmar –en una profundización de ese cosmos tan singular, donde el realismo mágico lo penetra y altera todo- una Susana Boéchat, poeta y ensayista, quien con solvencia y no menos lúcida entrega a su propósito investigador, se adentra en ese cúmulo de imágenes tan llenas de delirio e ironía, que conforman la casi totalidad de las diez obras que hasta el momento componen el corpus novelístico de esa creadora infatigable, “esta poeta-novelista o novelista-poeta”, al decir de Boéchat, quien prosigue expresando que Granata “observa la vida a su alrededor, las criaturas coetáneas que conviven en una ciudad de interiores plenos, de lectura y escritura a mano o con su vieja máquina de escribir, casi al alba, cuando los demás duermen”: imagen esta que siempre mueve a pensar en la posibilidad de pergeñar algún poema o cuento o novela nuevos, relacionados con ese particular entorno de entreluces donde la soledad del artista lenta o rápidamente da paso a la compañía de su experiencia creadora. Y así ocurre con una escritora argentina que obtuvo el aplauso del público y la crítica a partir ya de su primera novela: Los viernes de la eternidad, merecedora de los premios Emecé y Selección Nacional y cuya temática interesara sobremanera al mundo cinematográfico a través de Héctor Olivera en 1981, cosechando para la película el mismo éxito que antes y durante tuviera la novela, tan marcada por ese realismo mágico que hace de Granata una de las pocas escritoras vivas que en la Argentina sigue profundizando en las características de ese estilo. “Carezco de archivo individual en donde conservar físicamente el pasado. Sólo recojo sus fulgores, sus esencias, y las incorporo al torrente de mi sangre y al torrente de mi alma”; verdad esta que transmutada pasa a esencializar los ambientes y las imágenes de sus libros, emparentándose en este proceso vivencial-creador también con Marcel Proust, cuando la escritora expresa: “Pienso que el propio pasado debe ser convertido en sustancia viva”. A esta sustancia viva Granata le agrega el componente del realismo mágico, que va signando –además de Los viernes de la eternidad- novelas como por ejemplo: Los tumultos (1974), El diluvio (1981), El visitante (1983), Lucero Zarza (1999) o su más reciente El éxodo (2010), por mencionar algunas.
 
Y no deja de ser menos realista y menos mágico el derrotero seguido por Susana Boéchat, quien analiza –desde una polifacética óptica que abarca, entre otros aspectos, lo temático, lo estético, lo histórico- una por una las variantes novelísticas y novelescas que hacen a las características tan propias de una autora que, respecto a su biografía, expresa: “La biografía profunda de un escritor, no la formal, compone las esencias de sus libros, y es allí donde habrá que buscarla”.
 
Enjundiosa guía aproximadora al universo novelístico de una escritora, el presente ensayo posee la característica de lo ameno a partir de la seriedad a la hora de encarar este pormenorizado viaje a los componentes reales y mágicos que singularizan el aporte  de María Granata a la Tradición literaria argentina e hispanoamericana. Para el lector es la posibilidad de acercarse por primera vez o de volver a visitar los múltiples aspectos que hacen a ese aporte literario que aquí se estudia y que confirma en esta labor de indudable profesionalismo, no exento de sensibilidad –sello reconocido en el discurso ensayístico de Boéchat-, que la elaboración de los personajes en la obra de María Granata no hace sino confirmar el humanismo implícito en quienes a la vida le dan dinámica a partir de sus existencias fantásticas, pero confirmando también que la realidad –tan diversa y personal como las perspectivas desde donde se la interpreta- contiene a muchos de estos personajes siempre que sepamos detectarlos, semiocultos en el devenir cotidiano, gracias al poder de captación del entorno que nos puede quedar luego de una lectura, en soledad y profundidad; personajes que encontramos en el momento menos pensado; seres-personajes que nos remiten por ejemplo a una novela de María Granata, confirmando gracias a una escritora argentina que no deja de escribir en esta primera década del siglo XXI, lo que a fines del XIX aseguraba Oscar Wilde: “La vida le copia al Arte”.
Guillermo Lopetegui
Punta del Este, sábado 20 de octubre de 2012.

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