Me encuentro en este cuento, con la sorpresa de poder adjudicarle al escritor Guillermo Lopetegui un “valor agregado” a su obra; la Literatura Fantástica.Valor absolutamente ratificado y con creces. El cuento pertenece ineludiblemente al género fantástico. “Sinfonietta…” dispara vuelos a los cuales, nada Rad Bradbury debería haber envidiado. . Lopetegui ha logrado, diríamos sin proponérselo crear, sin pecar de exagerados, uno de los Mejores Cuentos Fantásticos de la última década del siglo XX. Pertenece al libro "Crepúsculo de los Cautivos", del cual ya (lamentablemente) no se disponen ediciones.
Por tal motivo, a Uds. brindaremos el cuento, por entregas ,a través de este espacio, con el cometido de que no se pierdan de disfrutar, vivenciar , esta prosa magistral donde nada ha sido puesto por azar, el Mejor Cuento Fantástico de Guillermo Lopetegui.
A/P Anna Donner Rybak
Primera Entrega
Poco antes de finalizar el año, una paulatina inasistencia a los cursos va instaurando el vacío en las tardes de la facultad. El silencio de viernes pasado el mediodía gana los corredores en los diferentes pisos y muchas de las puertas que conducen a los departamentos y las clases quedan cerradas, a excepción de la perteneciente a la Secretaría Administrativa.
Llegó la hora de encender la garrafa y poner agua a calentar. Generalmente echa tres cucharas de yerba en el porongo que la semana pasada se le cayó al piso de baldosas, rajándose debido a la yerba humedecida que aún tenía del día anterior. Lo refaccionó con diez grapas y cinta aisladora, a la espera de que el arreglo aguante por un buen tiempo.
Pero en tanto la tapa de la caldera no se empiece a agitara restan algunos minutos para salir al corredor del primer piso, caminar y apoyarse en la baranda que da al jardín, en medio del que se alzan los contornos del templo desacralizado cuando era capilla del colegio de monjas que ya no está y ahora contiene a la biblioteca. Más atrás de la vegetación y de la arquitectura religiosa –rematada en campanario silenciado hace años pero con ausencias de cruz- se extiende otro cuerpo de la facultad al que nadie visita ni puede visitar: el ex Salón de Actos, hoy depósito de objetos prescindibles. Pero la memoria docente y funcionarial no registra quien clausuró la puerta de acceso: si la congregación antes de venderle los locales al gobierno de la época o el último decanato previo al golpe militar o las primeras autoridades de la enseñanza subordinadas al Proceso. Se sabe que las últimas fueron las que se encargaron de hacer una limpieza general tanto de gente como de cosas. Ya nadie recuerda. Incluso, uno bien podría ponerse a pensar – volviéndose al vano de puerta abierta que proyecta un mostrador y al fondo, bajo los ventanales, un mueble ferruginosos al que llaman fichero, una mesita en la que se apoya la Underwood de 1926 y la mesa con garrafa, mate y yerba que quedó hinchándose- en cómo llegó a eternizarse en ese cargo de administrativo de último grado. Pero con recordar no se adelanta nada. En cambio es preciso retornar del paseo corto por el corredor porque la tapa se deja oír agitándose sobre la caldera. La garrafa ya está apagada, el agua en el termo, el mate pronto para la primera cebadura y la silla arrimada contra uno de los ventanales que dan a la calle, la que parece despeatonalizada cuando son las dos y media de la tarde. Un antebrazo apoyado sobre el ángulo de la mesada proporciona la necesaria comodidad para abrir el Reader’s y continuar con la lectura de un condensado que empezó a leer la semana anterior. Trata sobre la circunnavegación del globo terráqueo que un australiano emprendió en su velero, por lo que se encontró protagonizando un sinnúmero de aventuras que en más de una oportunidad pusieron en riesgo su vida.
Esto es lo que tiene de bueno leer: proporciona distracción y uno se aleja de otros problemas que no se sabe si terminan resquebrajando algo de manera definitiva, o si por el contrario podrían definirse simplemente como “cuestiones del momento.
Las tres y media de la tarde.
Todavía restan tres horas y media más allí adentro, aunque a decir verdad últimamente no existe mucho entusiasmo por salir corriendo a marcar ninguna tarjeta y desaparecer hasta la media mañana siguiente. . No hay motivos para eso porque cuando hace cuestión de quince días se suscitó una nueva discusión con la novia, lo que originó el rompimiento al parecer definitivo. Esto lleva a que uno se tenga que rehabilitar a aquella disciplina de cuando no existía ningún otro compromiso afectivo que el de regresar a casa de los padres y desde las siete de la tarde hasta las nueve de la mañana no cumplir sino con la tarea de esperar la cena, por ahí ver alguna película en la TV –principalmente las de acción y sobre todo las de Charles Bronson haciendo de vengador anónimo o triturador-, acostarse, seguir leyendo el Reader’s hasta las dos de la madrugada, dormirse y a las ocho apagar el despertador para empezar a levantarse, con cierta pereza, treinta años después.
Difícil que la ex novia vaya a llamar a la Secretaría y mucho menos a la casa de sus padres. El último encuentro fue para tomar un café en un bar de la esquina de la calle transversal a la avenida donde ella habló tranquilamente, pero sin pausa alguna, por espacio de casi una hora y media-cronometrada disimuladamente por ese reloj al que se le consultaba de vez en cuando- explicando las razones que necesariamente debían llevar al rompimiento y donde aseguraba que no habría marcha atrás. De la otra parte no hubo contestación: menos aún en forma de réplica. Tuvo que haberla, pero las palabras se negaron a salir y más adelante se tradujeron en pensamientos y lucubraciones que solo la lectura del condensado podía atenuar, hacer a un lado, disipar aunque más no fuera durante las horas de la tarde y parte de las de la noche.
Andar de tratos con el silencio fue la constante de los días siguientes-si bien las varias estaciones del compromiso amoroso le habían ido borrando, casi sin advertirlo, las propuestas apasionadas, luego la autodefensa imprevista y por último las reacciones contestatarias-, y cuando terminaba la tarea en la Secretaría: cuando tanto la insoportable directora como el no menos insoportable decano y su comitiva abandonaban la facultad al mediodía, abría el “táper” con la comida preparada por la madre y el almuerzo le llevaba no más de media hora. Después venía y viene siempre la caminata por el corredor, hasta que el vapor comienza a agitar la tapa de la caldera.
Ese viernes, sin embargo, con un chistido resolvió abandonar momentáneamente la sala de lectura y con el termo y el mate salió al reencuentro del corredor, apoyando cierto indefinible malestar contra la baranda y mirando hacia el jardín, cuando se oyeron unos pasos que se venían acercando. Miró a su izquierda e inmediatamente reconoció la figura enjuta, el rostro de nariz aguileña, la cabeza de encrespados rojos y los lentes diminutos del profesor Weiss. No sabía de qué era profesor, pero nunca se la había ocurrido preguntar y hasta cierto punto reconocía que no le interesaba en absoluto.. Algunos lo tenían por loco, otros por extraño, los extremistas de derecha por cobarde y los de izquierda por marioneta de la dictadura. Lo cierto es que se trataba del profesor Weiss quien se acerca, apoya una mano en su espalda y le dice que lo nota “tristón”. Sí, podría ser. Tal vez se deba que hace quince días dejó con la novia. ¿Por qué más podría estar “tristón”?, es el reconocimiento ante un docente extrañamente entrometido e insistente, correcto en sus ademanes aunque de hablar irónico y de tono inalterable.
El profesor Weiss se yergue junto a la baranda. Se quita los lentes y los empaña con el aliento, limpiándolos con un pañuelo tan diminuto como esos dos cristales de forma rectangular. Aguza la mirada hacia el edificio de la biblioteca. Se inclina levemente y parece que le está prestando atención al otro, el que se extiende no se sabe cuántos metros y que contiene al ex Salón de Actos o lo que pueda seguir existiendo en su interior, impenetrable por la puerta que clausuraron hace años. Se vuelve a colocar los lentes y le sonríe.
-¿Le parece que el rompimiento sea algo tan difícil de aceptar?- Pero sin aguardar respuesta el profesor Weiss inmediatamente formulaba otra pregunta, siempre con esa vaga ironía que sin embargo no resultaba molesta: que en todo caso movía a confusiones-:¿Había planes de casamiento a corto, mediano o largo plazo?-Bueno, no, no se había hablado de casamiento , pero ya iban para cinco años de novios-.¿Y con eso qué me quiere decir?-hablaba retórico el profesor. Pero reconociendo inmediatamente que tal vez había estado un poco duro y sin esperar ninguna respuesta, asentía sonriente con los párpados entrecerrados y agregaba con seriedad-: ¿Fue de mutuo acuerdo o quién de los dos dejó al otro? Es importante saber eso-borraba su sonrisa y parecía auscultar las pausas con interés científico. Hasta que se enteraba de que fue la otra parte la encargada de producir el rompimiento, que esta vez amenazaba con ser el definitivo porque jamás habían estado quince días sin hablarse, sin saber uno qué era de la vida del otro. Entonces Weiss se acercaba un poco más y arqueaba una ceja-:¿Reconoce que tenían problemas?¿que estaban un día bien y tres mal?¿que a veces las conversaciones quilométricas no conducían al resultado esperado, esperado aunque sea por usted, y que después el saldo amargo de esas horas de tira y afloje se traducían en una perpetua incomodidad con la que lo largaban solo de regreso a su casa, con esa ansiedad por que el teléfono suene o tal vez una carta y no pudiéndose concentrar bien en otros menesteres?...-El profesor interrumpía aquel crescendo tonal de preguntas acompañadas de un firme mirar a los otros ojos que iban y venían de la visión del jardín a la de los interiores de la Secretaría administrativa, reconociéndose entonces que por lo menos ahora esa ansiedad había pasado y en todo caso quedaban las dudas, las interrogantes, aunque esto ocurría dentro de una tranquilidad lentamente recuperada-.¿Entonces?-alzaba los hombros y después los dejaba caer-.¡Considérese afortunado! El Destino le devolvió al principio la tranquilidad e inmediatamente después la libertad, sin necesidad de que usted haya tenido que herir a nadie. El mundo no se termina por un quinquenio amoroso. ¡Le tengo una noticia!-Los otros ojos lo miraron extrañado-¡Hay vida después de su ex novia!- Inmediatamente señalaba con un índice de uña amarillenta-:¿Tiene algún otro tipo de compromiso o actividad, fuera de lo que hace aquí?-Pero no le habían entendido la pregunta-. Me refiero a si existe alguna otra mujer, lo que a juzgar por su semblante deduzco que no, o si tiene algún otro trabajo o por ahí sigue estudios nocturnos.-Y volvía a arremeter con las preguntas, aguardando esta vez interesado en que se las contestaran todas-:¿Tiene hermanos?¿Existe entre usted y su familia estrecha relación?- Bueno: mujeres no había; otros estudios después del ciclo básico, tampoco; ni hermanos; ni una relación con los padres que sobrepasara los límites normales: se llevaban bien aunque no había mucho diálogo que digamos. Weiss asentía con una sonrisa, recuperando la visión del edificio clausurado que se extendía por detrás de la biblioteca y por encima de la vegetación del jardín-. Perfecto. Esa es su situación-lo volvía a mirar fijamente, metía las manos en los bolsillos de su pantalón apoyándose en las puntas de sus zapatos acordonados y se dejaba caer, en todo su peso sobre los talones-. La mía es la siguiente. Aparte de ser profesor y catedrático, tildado con toda clase de adjetivos y epítetos, soy soltero y de más estaría decirle que no tengo hijos. Hace tiempo que vengo planeando algo y el destino me dice que usted es la persona indicada. Es más-alzaba el mismo índice-: creo que le ha llegado la hora de ser llamado por el destino, el Destino con mayúscula-rectificaba-,y que este –arqueaba los labios hacia arriba, abría más los ojos e inclinaba levemente su cabeza hacia un costado-…se encarne en mí.- Le pasaba un brazo por la espalda y con los dedos de la mano derecha presionándole el hombro, lo atraía hacia sí. Luego alzaba el mentón y le señalaba el edificio entrevisto más allá de la biblioteca. Pero no entendían el gesto del profesor, mirando a la vez aquella porción casi olvidada de la facultad. Weiss, entretanto, lo liberaba de la presión de sus dedos en el hombro y apoyaba las manos en la baranda-.En ese lugar se encierra mucha cosa. Estoy seguro.-Sin embargo no debería ser muy importante porque habían clausurado la entrada hacía tiempo y ni cuidadores dejaron… Pero imprevistamente parecía que se recordaba algo y respetuosamente se le pedía a Weiss que aguardara unos instantes. El no contestaba y mantenía el perfil fijo en aquel edificio alargado, de dos pisos; el que le interesaba era el segundo, con los postigos de todas sus ventanas cerrados ya no se sabía desde cuándo. Y a medida que se alejaba hacia la Secretaría Administrativa volviéndose de reojo al docente, pensó que la tarde esa el destino no había tenido mejor idea que obstaculizarle la existencia con la aparición del profesor Weiss. Entró a la oficina, giró en círculos, se restregó las manos, caminó hasta la mesada, cerró el Reader’s de lectura del condensado interrumpida y lo cambió de sitio, pasó los dedos por el teclado de la Underwood, observó la montaña de fichas que tenía para reordenar alfabéticamente y reconoció que era una tarea a realizarse sin apuros; perfectamente postergable hasta la semana siguiente. Dejó el termo y el mate junto a la garrafa de caldera tibia, echó una mirada circular a la atmósfera inalterable de la oficina y la detuvo en la entrada de puerta completamente abierta al principio, pero que él había entornado no sabía exactamente por qué. Apenas se asomó a la salida: allí contra la baranda, el profesor Weiss seguía inmóvil con la mirada puesta en ese edificio del que el funcionario no docente jamás se había interesado en todos sus años de administrativo, salvo por simples curiosidades más que pasajeras. Y por un momento lo inquietó algo: la certeza de que, aparte de sus ideas o planes referidos al ex Salón de Actos, Weiss estaba allí, contra la baranda, inmóvil de frente a lo que se presentaba más allá del jardín, esperando su regreso. Bueno, era asunto de seguirlo para el lado que disparara. Abrió completamente la puerta y avanzó hacia el profesor-.Es importante, sí-hablaba Weiss intuyéndolo y entreviéndolo nuevamente próximo a él-. Allá quedó todo un testimonio desperdigado del que es preciso buscar los fragmentos…
-¿”Testimonio desperdigado”? ¿De qué?- pretendió interesarse el administrativo.
-De nosotros mismos: de cuando la existencia se nos presentaba en partes iguales de placer y dolor, alegría y tristeza, luz y sombra, arrojo y temor, pureza y pecado, realidad y fantasía.-Se volvió al funcionario no docente con una sonrisa poco tranquilizadora-:El terror de lo bello, la belleza de lo terrorífico…- El profesor Weiss apoyó sus manos en los hombros del funcionario no docente-: Por favor, ¡ayúdeme!¡Tenemos que reencontrar todo eso, si no nos matará el hastío que es peor que la misma muerte! Estoy seguro de que en los interiores de aquello usted hallará una parte suya que jamás se le ocurrió pudiera existir, que está en usted y de la que usted hasta hoy no tenía noticia alguna.-El profesor consultó su reloj-. Es una oportunidad inmejorable porque prácticamente se terminaron las clases. Hace unos días-agregó, recuperando la serenidad con un respiro hondo- pude conseguir las dos llaves del ex Salón de Actos, luego depósito y finalmente llamado que nos hacen a usted y a mí para que nos lancemos a buscar lo que merece ser reencontrado. Pero –repuso-, si usted está dispuesto a aceptar esta invitación lo único que me resta preguntarle es si tiene alguna otra tarea pendiente, impostergable…
-Hay que reordenar unas fichas; son un montón. –El administrativo se inquietó-: ¿Por qué me lo pregunta?
-Para poner manos a la obra-se entusiasmó Weiss.
-¿Manos a la obra? ¿Cuándo?
-Ahora.
Continuará...
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