IN MEMORIAM JULIUS

   Hoy ocurrió lo que tal vez alguien de nosotros mencionó en los diálogos que teje el sueño o en la anotación frenética en una hoja de Moleskine o en el abrir de ojos a las tres de una madrugada inevitable.
    Hoy ocurrió que los pájaros callaron, ocultos en las copas de los árboles de una avenida de Buenos Aires, Montevideo, París o La Habana; cesaron los pasos apurados por entre las luces y sombras de los comercios y quioscos estrechos que caen sobre los andenes de cualquier estación de metro, persiguiendo la sonrisa que se decretó sugestiva o imaginando que, desde esa profundidad, la ansiedad emergerá nuevamente a esa porción de ciudad vuelta fragmento-parque, fragmento-semáforo, fragmento-columna anunciando revistas, conciertos o vino tinto, rezándole a la diosa fortuna por que nos espere esa que nos llama a su misterio para finalmente elegir escapar por entre las calles empredradas, los jardines cubiertos de hojas amarillas, la fuente en donde una última onda de agua llegando a la pared interior del brocal, nos hace imaginar que fue su mano la que se posó suavemente, unos segundos, en la superficie que refleja su rostro de sonrisa casi idealizada, con el vago deseo nuestro de que quizás el gesto patentice su resolución de dejarnos un mensaje que nos hable de su eterna proximidad y nuestra eterna predisposición a aprehenderla en un abrazo que la inmovilice para siempre frente a la entrega que somos nosotros, haciéndola responsable absoluta de lo que decrete para los inciertos destinos que nos signan o cuando no encontremos esa puerta inmemorial que nos lleve-por entre objetos y pasillos con olor a partitura antigua, a madera de piano que se abre, a frasco de perfume que se desenrosca, a servilleta almidonada en el fondo de un cajón casi olvidado, a lo inaudible de los pasos hundiéndose en la suavidad del caminero bordó de la galería iluminada por las tulipas de un teatro sorprendentemente descubierto del otro lado de un espejo- al origen de todo lo que somos nosotros decretando los juegos sin final, la extensión de los pasajes techados, la contramarcha evitando el caos o la nada, inventando siempre nuevas formas de agregarle horas a la jornada en aventuras que se inician, que se iniciaban siempre partiendo del vagar hermoso por entre el día-lluvia, el día-sol, recalando en lo profundo de una noche prolongada en resplandor lunar, brillo enmascarado y perfume acariciador, entre tecleo de la máquina Underwood, volutas de humo de trabajo negro y copa que se vuelve a llenar de aquel vino rojo, cuando él y nosotros, cuando todos, nos reecontrábamos.
    Hoy es, fue diferente.
    Hoy no hubo bocanada, ni tecleo resolviendo el párrafo, ni sorbo por el brindis celebrando el sueño en la realidad-la realidad en el sueño.
    Hoy se murió Julius o al menos se murió quien se encorvaba sobre la Underwood en la madrugada de cigarrillo recién encendido y botella a punto de descorcharse. Antes o después estábamos nosotros. Seguimos estando, repartidos en diferentes lugares desde donde observamos a los que llegan y se siguen congregando junto a ese bloque de mármol horizontal en cuya superficie el relieve de las letras negras forman Julius; forman esa imposibilidad de seguirle ganando terreno a la amplitud de lo cotidiano que es, que fue porción de parque, entre sombra de metro, lluvia citadina empapando las ansiedades de cuello de gabardina alzado saltando charcos en las aceras redimensionadas por el recuerdo de un saxo recién escuchado, en procura de alcanzarla a ella, a su sonrisa, a su resolución egoísta de convertirse una más en sueño… y todo eso que siguen hablando, evocando, por momentos citando textualmente en torno a esa hora gris de nueve de una jornada que no nos hubiéramos imaginado como finalmente posible.
    Hoy el día amaneció sin Julius y asistimos al ceremonial de su memoria agazapados tras las otras lápidas, columnas corintias, medallones mostrando perfiles altivamente ignorados. Escuchamos los discursos más y menos emocionados; observamos las diferentes intensidades de algunos llantos; descubrimos la silenciosa indiferencia de algunos pocos; somos conscientes de que nadie reparó en nuestras presencias distantes. Tal vez alguien, tarde o temprano, recordando a Julius nos quiera buscar, quiera encontrar respuestas o descubrir sugerencias en nosotros y así entonces que en la soledad de quien nos reencuentre todos nos volvamos a sentir acompañados, engrandecidos, trascendidos a pesar de nuestra más íntima y riesgosa limitación. De lo contrario nos surge la incógnita súbita –allí, entre los otros mármoles y conscientes de que la ceremonia llegará a su fin cuando resuelvan dejar descender el cajón a lo profundo de esa noche reservada para quien, tridimensional, se llamó Julius –de cuánto tiempo más nos quedará para caminar, saltar, perseguir, amar, soñar, dormir, despertar, sabiéndonos solos, deambulando por entre las brumas que se alzan dividiendo la noche del día, el sueño de la vigilia, el encantamiento de la desilusión, el desinterés de la atracción, la soledad de la compañía, la certeza definitiva de que somos nosotros y ya no vendrán otros como nosotros a plegarse a nuestra tan particular forma de seguir estando.
    Porque sencilla pero inimaginablemente Julius ya no va a estar y nosotros seguiremos estando en la medida en que alguien momentáneamente resuelva abrazar la soledad y a la memoria de Julius deje correr la mano de los dedos inquietos rozando los diferentes títulos hasta decidirse por determinado volumen y al abrirlo sienta que se reencuentra con una parte suya que creía olvidada, reencontrándonos a todos nosotros gracias a esa íntima lectura que nos lleve a seguir reeditando situaciones que solo nosotros, gracias a quien abre el libro para que volvamos a ser leídos, reinventados, vividos, estamos dispuestos a llevar a cabo eternamente.

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